lunes, 18 de mayo de 2009

Un mundo al otro lado de la vereda

Una mañana, hace algunos años, mientras iba rumbo la oficina, se me rompió el taco del zapato. Un taco de unos 8 cm de altura. Me ocurrió a la salida de la escalera mecánica de la estación Piedras.
Al estupor inicial lo siguió una sensación de desvanecimiento, sudor frío y desesperación
Y ahora qué hago????
Calculo que no eran ni las ocho de la mañana. Y yo ahí, parada en una vereda de Avda de Mayo, con el zapato en la mano.

Intenté seguir caminando con lo que me quedaba: los clavos que alguna vez habían sostenido el taco. Pisando despacito quizá lograría recorrer las tres cuadras que me separaban de mi lugar de trabajo. Qué ingenua: a cada pisada los clavos se iban metiendo para adentro horadándome el talón.
Un pintoresco lustrabotas trabaja en esa misma vereda.
Aquella mañana el lustrabotas estaba leyendo el diario.
Buen día, señor - lo interrumpo- Ud tiene idea si por acá hay algún lugar donde reparen calzados?
El hombre pareció no entender de entrada mi pregunta, porque tardo bastante en levantar la vista.
“no” me responde.
Me sorprendió. No esperaba esa respuesta, yo estaba segura de que ese tipo podría ayudarme.
Y... Ud… no tendría algo como para clavarme este taco? Le dije mientras sostenía dramáticamente el zapato en mi mano derecha.
El señor me miró como si yo le estuviera pidiendo que me donara las córneas, en vida.
No. No sé donde reparan calzados y tampoco tengo herramientas para arreglárselo yo.

Fue tan contundente que entendí lo endeble de mi razonamiento: por alguna extraña asociación yo había llegado a pensar que ese tipo por el solo hecho de dedicarse a algo relacionado con los zapatos podría darme una mano. Con ese criterio sería lo mismo haber esperado que el barrendero que justo pasaba por ahí me informara dónde está ubicada la oficina que atiende los reclamos por ABL, y ante su respuesta negativa yo le hubiera preguntado si entonces él me podría conseguir una audiencia con el jefe de gobierno de la ciudad.

Mientras divago en estos pensamientos el tipo me habla pero yo ya no le estoy prestando atención, solo escucho el final de su frase “...en el pasillo debajo del obelisco...”
Gracias.
Pienso, Ok. Pero yo le había preguntado por uno que quedara POR ACÁ.
Le pregunto al señor que atiende el puesto de flores de la esquina. Si, me contesta, acá nomás, dando la vuelta sobre Chacabuco, casi llegando a Irigoyen.
Me invade un inmenso alivio. Pero -insisto yo- Ud cree que estará abierto a esta hora?
Si, vaya tranquila!!! el hombre trabaja y vive ahí mismo, es un edificio antiguo…
Y ahí me fui nomás, a dar la vuelta sobre Chacabuco, casi llegando a Irigoyen.
No sé si queda claro, toda esta vuelta solo para no llegar con un zapato roto a la ofi… tendría que caminar casi la misma cantidad de cuadras pero no me importaba hacerlo por ahí. Esa zona era algo alejado de mi mundo cotidiano. La vereda de allá es para mí un lugar ignoto de Buenos Aires.

El edificio antiguo resultó ser uno de esos conventillos que todavía existen en el centro porteño. Colgado con piolín en la puerta de rejas, un cartel desprolijo de cartón corrugado escrito con bolígrafo "compostura de calzado" y una flecha medio borrada que apunta al interior.
La puerta estaba abierta.
Me sumerjo en el pasillo.
En condiciones normales jamás hubiera sido capaz de imaginar que yo iba a entrar en un lugar así. Desemboco en una galería que rodea el patio. Recorro con la vista una puerta tras otra. Hasta que a través de una puerta abierta y en medio de la penumbra alcanzo a distinguir, sentado en una sillita baja, un viejo remendando un botín.
Me acerco respetuosamente con mi zapato en la mano. Se lo extiendo.
Me mira a los ojos. Su mirada parece decirme: “no expliques nada, hija mía, si has llegado hasta aquí ya has dado prueba de tu fe: solo entrégame el zapato y medita en silencio, allí tienes una butaca, puedes tomar asiento”
La butaca era un desvencijado asiento de colectivo, apoyado sobre el piso.
Mientras dudo si sentarme o no (me dio miedo de engancharme las medias) de las zona más oscura de la habitación sale un segundo anciano, más viejo aún que el primero. Supuse que se trataba del padre del zapatero.
El viejo me mira y se me acerca. Me dice con infinita humildad.

Quiere un mate?

Ahí se me ocurrio pensar que existe otro mundo, que gira al mismo tiempo y que gira muy cerca del mundo en el que transcurre mi vida, a unas pocas cuadras de distancia. Separados por una vereda ignota.

Pensaba en eso cuando el maestro zapatero se pone de pie
Me levanto de mi butaquita.
Se acerca y con una mirada como de piedad, me devuelve el zapato con el taco impecable.
Cuánto le debo?
“tenga” me dice mientras se toma un mate “ no me debe nada. Y sabe qué? La próxima gástese un mango más a la hora de comprar zapatos”

2 comentarios:

  1. Adriana, no te tenia como escritora..te felicito!! Carlos Arilli

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  2. las diferentes velocidades a las que vive la gente son impresionantes... otro velocidad de mundo cruzando una vereda...

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