domingo, 21 de junio de 2009

Otro encuentro

Mientras escribo el relato que les voy a contar, me sucede lo mismo que cuando quiero contar un sueño. Las mismas dificultades. Como todo, los sueños no son relatos hasta que intentamos ponerlos en palabras -habladas o escritas- Pero los sueños antes de eso son imágenes, sensaciones, certezas, en el mejor de los casos, una sucesión de acciones cargadas de sentido mientras las soñamos pero que desbordan cuando las queremos hacer entrar adentro de las frases. Para convertirlos en un relato vamos rellenando grietas. Grietas donde había algo y ahora parece no haber nada.
En fin, relatar un sueño es una tarea compleja. Aunque nos esforcemos por ser fidedignos, si rellenamos demasiado esas grietas, corremos el riesgo de terminar contando otra cosa, y sería una pena convertirlo en algo menos de lo que soñamos. Aparte está la cuestión del tiempo, siempre parece más largo el relato del sueño que el tiempo que nos llevó soñarlo.
Por todo eso, lo que voy a contarles se parece mucho a un sueño. Como en ellos hay partes que se me perdieron, tengo la certeza de algunas imagenes y acciones, y las grietas. No encuentro otra forma de relatarlo.

Sé con seguridad que caminaba por Irigoyen ( me surge una inquietud autoreferente: si, otra vez Irigoyen, otra vez el Once, otra vez) era una tarde de diciembre o febrero -tiene que haber sido en alguno de esos dos meses- había mucho sol pero yo iba por la vereda de la sombra. hacía calor.
A mitad de cuadra, antes de llegar a Misiones, miré la hora en mi reloj. Tenía que rendir un final a las seis y, previendo los típicos quilombos administrativos a los que estaba acostumbrada, quería llegar con tiempo suficiente para solucionarlos, llegado el caso.
Eran las cinco menos cuarto.
Cuando volví a mirar hacia adelante vi, en medio de la vereda, una nena chiquita, como de dos años. sola.
No parecía perdida, al menos no lloraba ni buscaba a nadie. Simplemente estaba parada y miraba la calle, y empezó a mirarme a mí a medida que yo me acercaba.
Yo venía enfrascada en mis pensamientos, padeciendo esa situación tensa y perturbadora que es la previa a un examen. Por eso no la vi antes, por eso miré la hora, por eso no sabía si ella había llegado allí con otra persona. Me pareció una situación de lo más extraña. Me detuve y le pregunté si estaba sola. La nena no hablaba todavía pero me miraba como si entendiera lo que le estaba preguntando, o quizá ya hablaba pero no sabía qué contestar.
La escena era de lo más rara. No había NADIE alrededor. Ninguna puerta abierta, ninguna ventana abierta. Nadie salía a buscarla. Había algún auto estacionado, pero sin nadie adentro, deduje que tampoco había salido de uno de ellos.
No se cuánto tiempo me quedé arrodillada junto a ella sin saber qué mierda hacer ni qué decirle. Nada ni nadie que me diera una idea de qué era lo que estaba pasado, como si esa nena hubiera estado allí solo para que yo la viera. Pero sé que en un momento la tomé de la mano y la llevé conmigo hasta la esquina. miré hacia el lado de Rivadavia. Nadie.
Me detuve con ella, allí, y me agaché otra vez a mirarla: era muy linda, tenía el pelo lacio y los ojos negros y una mirada inteligente y tranquila, pero había algo más que tranquilidad. Era como un entusiasmo. Me miraba con curiosidad, como si la cosa fuera al revés, y que ella me había encontrado a mí. No me soltaba la mano, como dándome alguna clase de consentimiento para que yo decidiera algo. La tomé en mis brazos y empecé a caminar hacia la avenida. No puedo recordar que pensé mientras recorrí esa cuadra, ni siquiera recuerdo si podía pensar algo. Lo que sí recuerdo que ella sonreía con su mirada. No sé si en ese momento ella se preguntaba si esto era un encuentro pasajero, si estaría conmigo por el resto de la tarde, si la llevaría a pasear... no sé si una nena tan chiquita hace ese tipo de planes. Lo que mas me jode es no poder recordar si yo -aunque sea por un segundo- me lo pregunté.
Llegamos a la esquina. Hay allí un par de jugueterías. A esa hora había poca gente. Me metí en uno de esos negocios. Les conté a los que estaban allí lo que me había ocurrido, les pregunté si alguno de ellos la conocía. Me miraron a mi y a la nena que traía en los brazos. Me dí cuenta de inmediato de lo inverosímil de la situación. Pero me quedé allí, parada.
Alguien salió y volvió a entrar con una mujer, que, agitada, dice su nombre y la toma en sus brazos. Me pregunta algo o me agradece, o ambas cosas. Creo que yo no atiné a decir nada.
Salí a la calle, miré el reloj y encaré otra vez para el lado de Irigoyen.
Eran las cinco menos diez.

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